miércoles, 24 de marzo de 2010

“Depresión”

Historia basada en la novela de José Agustín: La Tumba, y la obra del pintor René Magritte: L’Empire des Lumieres.


Depresión.

Era el gris que me cegaba, despertaba con la necesidad de no abrir los ojos, de no ver el gris.

Levantéme en un día más, la misma rutina, la misma indiferencia.
La resaca gritándo el día entero, con una voz tan escalofriante que sólo un mojito pudo calmarla. Al beber recordé que estaba solo.
El desprecio por mi mismo aumentaba unánime a la embriaguez liberadora. De nuevo de noche, de nuevo de día.

– Gris – me decía a mi mismo
Desperté con gritos de mi padre, quien desesperado intentaba destrabar la puerta.
– ¡Abre la puerta pendejo!
Ni siquiera la madriza que estaba por recibir me hacía reaccionar. Gris, pensaba, cuando el agudo dolor de cabeza me asaltó de novo.

Con todo el dolor causado por los golpes del Hijodelachingada, (en las costillas, para pasar inadvertido), y la pesadez provocada por la galonada de ron barato, logré sentarme en el lánguido salón de clases, donde finalmente descansé.
– Ya levántate cabrón - decía Diego al terminar la clase, recordándome la mala condición en que aquella mañana fui despertado por el Pincheputo.

El resto del día fue absorbente, era viernes y era el día en que bebía acompañado.
Diego tenía un BMW, nueva adquisición, regalo de su Cagadinero padre por su cumpleaños. Acompañados de Gloria, Carla y Gustavo viajamos en carretera hasta Cuautla para estrenar la máquina alemana. Pasaríamos la noche en la finca de la familia de Carla.

Desperté junto a Carla desnuda.
- ¿Qué hora es? – pregunté a Carla. No despertó y tuve que repetir mi pregunta. Esta vez mas fuerte.
– Que qué hora es güey. – Carla despertó alterada.
– Cállate cabrón, estoy durmiendo. – Al ver que no conseguiría nada más de ella me levanté mareado. Mi vista se agrisó y volvió a la normalidad.
Cuando me percaté de lo tarde que era, y de que daba lo mismo irme a casa en aquel momento o después, decidí seducir a Carla en busca de sexo mañanero, lo cual conseguí fácilmente. Accedí también a esperar a todos para no tener que regresar en autobús.

Mientras desayunábamos quesadillas, tuve la sensación de estar completamente solo. El día era gris y llovía en la carretera.

Aquél día fue fugaz, cuando menos cuenta me dí era ya de noche y estaba en casa de Carla, sin haber pasado antes por la mía para evitar la furia de mis padres, que más que preocuparme, me daban flojera.
Tres deslucidos meses habían pasado desde la última vez que vi a Carla en Cuautla. Pero poco me importaba, al fin y al cabo aquella putilla no servía para mucho más.
Los tonos de los días y noches seguían teniendo el mismo tinte gris mustio. La necesidad de terminar con mi vida se acrecentaba con el paso del tiempo.
Misma rutina, mismo dormir, mismo despertar, mismo gris tétrico.
Cinco meses sin definición tonal.
Se llamaba Sofía.
Desperté menos gris y más claro, nada emocionante, pero no fue gris, y la noche fue oscura, como debe ser.

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