domingo, 7 de marzo de 2010

El sufrimiento.

La juzgué agonizada. No solo yo, también mi familia entera, y tres de los cuatro médicos que la vieron. La creímos muriendo durante horas, y quienes habían estado con ella desde antes, llevaban días suponiéndola en sus últimos instantes.
Irónicamente, después de que el padre rezaba por el perdón de sus pecados, y la despedíamos con lágrimas y aceite, llegó nuestro cuarto médico, amigo de la familia, que más que para revisarla, iba para soportar las lágrimas que hasta entonces se creían útiles.
Fue él quien dictaminó el posible truco que estaba jugando la idea de muerte a la que nos habían hipnóticamente inducido los propios médicos, familiares y el contrastante gesto y sollozos de la octogenaria bisabuela.

“Está muy enferma. Pero no se está muriendo.”

Luego entonces de ser mandada al paraíso de la forma católica, se decidió pasar al hospital que quedaba en camino a Polanco.
Obvia fue la confusión sufrida por quienes la rodeábamos. Sentimientos de ambivalencia nos hacían sentir la culpa de creerla muerta, pero la esperanza de saber que podía darse el lujo de no estarlo.

Y es increíble enterarse hoy día que la definición puede muy probablemente ser positiva, es decir, que existe la posibilidad de supervivencia.
Cómo es posible que simples ideas nos lleven a vivir días tan traumáticos, a sufrir por absolutamente nada real. Y es ahí donde pensamos que el sufrimiento no tiene que ver con la realidad en si, sino con lo que nosotros le adjudicamos el sentido de realidad.




- Hoy está en su casa, ella está bien...



... Puntos suspensivos

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