jueves, 26 de noviembre de 2009

Crónica de la degeneración

Antecomedor austero, un atardecer solitario, un vaso, los hielos aún en el molde listos para ser retorcidos. Todo puesto en la mesa en un orden tan común para el alcohólico Sebastián Reyes. El mismo vaso, siempre el mismo, ancho del medio y rallado en espiral. Cloc Cloc dos hielos. La mano acostumbrada al frío de los hielos, siempre de dos, que después regresa el molde a la mesa. El sabor del ron casi vívido en la imaginación. Saliva saboreando el añorado momento del día en que Sebastián cumple su ritual. Caen los hielos al vaso, un sutil rebote los acomoda en su lugar. Bacardi Blanco de litro y tres cuartos. Promete dos noches más, por lo menos. El corto girar de la tapa la deja ver mal cerrada, lista para ser una noche más el instrumento de placer del joven Reyes. La tapa en la mesa. Mano izquierda levanta la gran botella y comienza a girar gradualmente. A los cien grados de inclinación, el tibio licor comienza su descenso. La gravedad permite un ligero y seguro flujo de ron que comienza en la boca de la botella, acaricia los hielos, y se va acumulando en el hasta entonces sobrio vaso. Dos dedos y no más es como le gusta a Sebastián. Se postra la botella de vuelta en la mesa con un movimiento automático. Coca-cola de dieta, en lata, por supuesto. Cuatro dedos sujetan la parte superior de la lata, mientras el ágil dedo restante, cumple su función de gancho destapador. Un sonido seco produce la lata, e inmediatamente después se dejan escuchar las burbujas quejumbrosas, como queriendo escapar del líquido. De nuevo la mano izquierda. Suficiente refresco para llenar el vaso a la mitad, no demasiado, para alcanzar a ser cómplice también de la segunda bebida, ya planeada, por supuesto. La mezcla se hace inmediata, ni un segundo de interacción, ya son uno. La bebida lista, burbujeante, en espera de ser consumida por el placer de una garganta seca. Misma mano, todo en orden. Los dedos abrazan el vaso como si aquella bebida fuese a formar parte de ellos. Sin esfuerzo el vaso deja de estar en superficie, y comienza su corto recorrido. El líquido como mar. Los hielos discuten. Los labios finalmente se posan descansados en el vaso, comienza de nuevo a vaciarse el cotidiano cáliz. Dos tragos, primero labios, la lengua, para finalmente alcanzar la garganta ansiosa que agradece últimamente. Un ciclo más, una noche más en la triste vida de Sebastián Reyes.

1 comentario:

  1. escribes bien =)
    está bueno tu blog.
    saludos te veo en la escuela hermano.

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