miércoles, 4 de noviembre de 2009

Nuestra Señora de las Iguanas (Basado en la obra de Graciela Iturbide.)


Identidad desalineada es lo que decía el Doctor Ramírez.

En el pueblo era desaprobada por todos, incluso temida por muchos. Pero ¿qué era tan difícil de comprender? Su iguana eran las pasiones. O, quiero decir, al revés.

Jacinta González fue la mejor alumna en la escuela, una hija ejemplar. Trabajaba en el campo, ayudando como siempre a su familia en la recolección del maíz. En fin, una mujer a la que se le veía todo un futuro prometedor, prometedor hasta el día en que cumplió catorce años.

Aquel domingo fue totalmente lo que su familia hubiera esperado.

Rodolfo y Camelia, podían leer sólo una cosa en los ojos de su hija, felicidad.

Ramiro, hermano de Jacinta, había dejado la casa hacía varios años, y no por eso estuvo resignado de aportar dinero a su familia cada mes. Pero era domingo, y Ramiro, no podía perderse el cumpleaños de su hermana querida, por lo tanto, tomó el primer camión de la mañana y viajó los doscientos kilómetros que separaban a la costa de su familia.

Cuando Ramiro llegó, Jacinta seguía dormida, por lo que dejó la Jaula a un lado de su cama con un letrero que decía – felisidades ermanita -, y fue a desayunar con sus padres.

La primera señal de vida de Jacinta fue aquel grito ensordecedor tan esperado por todos. – Ya la vio - dijo Ramiro a su padre con una media sonrisa divertida.

No pasaron ni cinco segundos para que Jacinta estuviera a un lado de la mesa diciendo –¡hay un animal en el cuarto! – Es tu regalo. ¿No te gusta? – dijo Ramiro.

La mirada pálida y desconcertada de Jacinta no dejaba mucho a la imaginación, estaba completamente apavorada por la situación ocurrida en los últimos 20 segundos, a partir de que abrió los ojos.

Después de una breve explicación de su hermano, Jacinta lo entendió todo, ese animal se llamaba iguana, y como decía su hermano, eran animales –de la buena suerte.

A partir de que Jacinta tuvo claras sus ideas, y entendió que ese animal verde de cola larga era su nueva mascota, se dispuso, aún con un poco de inseguridad y miedo, a intentar conocerlo.

El resto del día fue fugaz. Tan disfrutado por todos, que se pasó apasionadamente rápido.

Jacinta pasó el día admirando cada centímetro de su nuevo amigo, acariciando su piel rasposa, adorando su pose inmóvil. Sólo se separó de su iguana para que le cantaran las mañanitas y para comer; lo cual, se apresuró a hacer para regresar con su verde adquisición.

A partir de este día la vida de Jacinta comenzó a dar un giro rotundo inesperado por todos. Dejó de ser la mejor en la escuela para gradualmente irse por debajo de los mediocres y finalmente ser expulsada de la institución por incumplimiento. La misma situación aconteció en su trabajo, su familia, y su, ya no tan, “futuro prometedor”.

Jacinta se fue de su casa tan solo cinco meses después de su cumpleaños. Su hermano no iba a dejarla sola en la costa, por lo que le propuso que se quedara en casa de él.

El la apoyaría y mantendría durante los próximos treinta y cinco años, en los que paulatinamente, su casa se fue pintando de verde reptil, el color de la obsesión y la pasión de su querida hermana.

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