lunes, 23 de agosto de 2010

Laberinto de miradas.

Almas hablando un lenguaje universal. Lenguaje que rompe con todo: costumbres religiones, formas de vida. Finalmente esos ojos expresan más. La esencia pura humana radica en el alma, en los ojos, la mirada.
Es absurda la forma en que nos dividimos como sociedad, nos autocategorizamos como personas, como si hubiera algo que nos defina más exactamente que la salud de la propia alma.
Y es así de simple, uno no necesita de entrevistas, no necesita mucho más contexto para captar lo esencial. Basta con prestar verdadera atención a la ventana fundamental del ser para así ver realmente, entender, odiar o amar.
Desgarrador es ver algunas almas, sufriendo, insanas, dañadas por otras ya estropeadas.
Temible es ver espectros desesperanzados, sometidos. Inconformes pero tristes, enojados pero, de nuevo, tristes.
Y aunque el contexto sea irrelevante para la captura e interpretación del alma, es siempre determinante en su definición. Es por eso que llama tanto la atención ver contextos difíciles, y advertir almas satisfechas. Soy yo como ser quien no se explica como en un determinado contexto, encuentro almas tranquilas, intento ponerme en ese lugar, y no creo ver en mi reflejo ese destello, esa chispa del alma más viva.
Es este un elemento también relevante al mirar los ojos, distinguir la viveza del alma. La magia que tiene esta para morir, renacer y volver a morir, independientemente de los latidos del núcleo sanguíneo. Fatalista en cuanto al mundo físico en gente de edad. Almas cansadas, listas para renacer pero a un nivel metafísico.
Es insostenible al mismo tiempo categorizar esencias, sin que esto imposibilite la capacidad de interpretarlas. Es algo ambiguo, pero por alguna razón es como si todos supiéramos lo que siente determinada mirada con solo admirarla, a pesar de nunca haber sentido en carne propia lo interpretado. Almas infinitas, que lo conocen todo, como si todos fuéramos la división de una esencia pura, de un alma universal. O por otro lado, podríamos bien ser almas pasando de cuerpo en cuerpo, guardando en lo más esencial del alma, por rebuscado que se lea, e identificándolo en todas las demás. Haciendo de estas miradas una apropiación en búsqueda de identidad, o una negación a intención de no identificación, aunque ambas cosas sean un engaño por siempre.
Lo que queda claro es que el alma la vemos más allá de los ojos, tal vez en su profundidad, o en su superficie, o en su brillo, o más al fondo. Lo que queda claro es que ahí estamos todos, dentro cada quien de su indescifrable pero reconocible, indefinible pero ineludible, laberinto de miradas.

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